Precariedad y marginalidad
Expulsión de los espacios
La expulsión de los espacios de las personas precarizadas es, en teoría, obvia. La población empobrecida es aplazada continuamente de los espacios centrales, no solo físicamente, sino también simbólica y conceptualmente. Comenzando por los espacios físicos, y como trataremos más en profundidad a lo largo de este proyecto, la población más empobrecida y precarizada es empujada a la periferia y los límites de las ciudades. Por un lado, mediante regulaciones económicas neoliberales como, por ejemplo, ignorando las peticiones sociales de regulaciones de alquiler, por lo que mientras los alquileres en zonas tensionadas no paran de subir, subidas que la clase obrera vivimos en nuestras propias carnes, las ciudadanas se ven obligadas a dejar sus hogares en las ciudades, ahora completamente gentrificadas, moviéndose a sus límites. Es así como se generan círculos de pobreza en torno a las urbes. A su vez, estos círculos, habitados por una buena parte de la clase obrera, es la que recibe menos antención por parte de la administración pública. El transporte público es recortado, las calles son menos cuidadas, el comercio local se precariza y las calles se llenan de policía y represión pues, al alejarse del centro, pierde la visibilidad de la violencia sistemática del Estado. Todo esto ocurre a la vez que la propia clase obrera, empujada fuera de los centros urbanísticos, deben acudir a estas urbes para trabajar.
Las ciudades son cada vez más caras y más inaccesibles. La inflación es un puñetazo en el estómago para toda la clase obrera, y acceder a recursos básicos como la comida, el agua, la luz y el ocio es cada vez más y más complicado para nosotras. Las oportunidades de las ciudades pasan por, primero, vivir en dichas ciudades. Es por ello que dichas oportunidades son, en muchas ocasiones, inaccesibles también para nosotras. Es por esto que la expulsión de la clase obrera de los espacios urbanísticos no es solo violento y cruel, sino que también es una forma sutil de no permitir el ascenso social de la clase obrera. El discurso de la meritocracia tambalea cuando nos encontramos con la situación actual de la población empobrecida. No existe mérito en el favorecimiento sistemático de las clases altas y burguesas, y no existe igualdad de oportunidades en la sistematización del desplazamiento de las clases pobres a los límites y las afueras de las ciudades, en la sistematización de los desahucios y en la discriminación de los espacios para la clase obrera.
Expulsión de la cultura
Como bien explica Fernando Latorre Andrés (2015), el uso de violencia simbólica desde las clases más altas y burguesas contra la clase obrera crea una alienación cultural en la ciudadanía. Dicha alienación tiene como consecuencia que las diferencias sociales se naturalicen, y que las diferencias culturales entre las élites y la clase obrera se licuen. Latorre también comenta que “la ideología depende en gran medida de la producción cultural, por ello contiene efectividad en el seno de la conducta social” (p. 60). Dichas producciones culturales se generan formando un “denominador cultural que permite a todas las clases ir juntas en una especie de consenso” (p. 60), y esta sería la base para mantener el status quo de la democracia representativa. Latorre habla, además, de cómo a la vez que el crecimiento exponencial del capitalismo se hacía cada vez más latente, nace el progresismo que, al tiempo, se unirá a la social-democracia, permitiendo el acceso de la clase obrera a la educación. Esto, sin embargo, no es una forma de democratizar el poder y el acceso a nuevas oportunidades, sino que funciona como una criba por parte de las clases altas.
El mismo fenómeno ocurre más tarde en el ámbito laboral; los requisitos laborales del empleo sirven para seleccionar a nuestros miembros de las élites, que comparten la cultura de la élites, como para, en un nivel educativo más bajo, contratar a empleados de clase baja y media que han adquirido un respeto general por los valores y estilos de las élites. Así la educación es un medio para la herencia de clases y para la selección de nuevos miembros responsables para las ocupaciones superiores (Kerbo, en Latorre 2015, p. 61).
En este escenario es en el que podemos comprender que somos expulsados sistemáticamente de la creación de cultura o, al menos, no puede estar bajo nuestro control, somos relegados a la cultura de la élite. Si bien esta afirmación puede ser ambigua, sí que podemos estar de acuerdo en que todos aquellos aspectos de la cultura relacionados con las clases más bajas son señaladas como vagas, vulgares o, incluso, de paletos. Esto dicho crea un ambiente en el que la alienación de la clase obrera genera un rechazo a la cultura propia, anhelando la de las élites.
En este sentido, con la clase obrera alienada y deseando convertirse en una clase a la que no puede alcanzar, las culturas propias de los lugares se pierden, demonizando lenguas, dialectos y acentos, expresiones artísticas, eventos culturales y demás formas culturales de los pueblos. Así, la clase obrera se encuentra en un limbo cultural, en el que rechaza sus propios rasgos a la vez que desea una cultura que, no solo no le pertenece, sino de la que solo recibirá migajas. Es así como la clase obrera, precarizada y marginalizada, es expulsada de la cultura, tanto de la propia como de la que persigue.
Liquidación de responsabilidades
Y es relevante el señalamiento ante estas acciones violentas y crueles contra el pueblo. La cultura de la clase obrera, la cultura popular, es la base de nuestra forma de vida. Nuestras lenguas, nuestros dialectos, nuestros acentos, nuetras expresiones artísticas, nuestros eventos culturales. Nuestras culturas deben ser controladas por nosotras mismas, de forma horizontal y democrática, y se deben liquidar las responsabilidades pertinentes sobre la destrucción de nuestros espacios y nuestros rasgos propios. Debemos señalar cuáles son los responsables de dicha destrucción y dicha desvalorización, debemos colocar nuestros rasgos propios como el centro de nuestras formas de vida y de expresión y generar las críticas oportunas y necesarias desde la fuerza de nuestros pueblos.
Es el movimiento queer el primero que, a día de hoy, debe generar una crítica sobre la cultura y sus cimientos, pero también debe ser el movimiento queer el primero en reconocer la cultura de las clases obreras que es, al final, también su cultura, y exigir una reflexión al respecto de la misma, rechazando la alienación y el control de la cultura por parte de las élites.